¿Te has encontrado pensando en lo bueno que sería el mundo si no existieran restricciones? ¿Has permitido que tu imaginación volara en ese sentido?

Mientras pensabas en ese mundo donde todo se podría hacer, de pronto, te diste cuenta que ese lugar libre de reglas se tornaba peligroso cuando todos podían realizar lo que deseaban. Percibiste que, sin esas restricciones, no estarías seguro. Entonces, agradeciste que hubiera limitaciones para realizar ciertas cosas, pues, si todos pudiéramos dar rienda suelta a algunos impulsos, sin duda, tú mismo serías seriamente perjudicado por otros y podrías, también, dañar a los demás, aun cuando tu intención no fuera esa. Y concluiste que, aunque las restricciones suelen frenarte, también te dan un entorno seguro en el que conducirte. ¡Cuán agradecido debiste haberte sentido al volver a la seguridad de un mundo con reglas!

En el principio, cuando Dios creó al ser humano, dejó leyes para que lo rigieran. Estas leyes tenían por objetivo que, en la lucha constante entre el bien y el mal —en la cual el ser humano iba a ser atacado constantemente por Satanás para provocarle dolor y sufrimiento—, cada individuo tuviera la oportunidad de experimentar grandes porciones de contentamiento, aun, en medio de las dificultades. La Biblia plantea que estas leyes se resumen en dos: 1) Ama a Dios con todo tu ser y, 2) ama a tu prójimo como a ti mismo.

La Biblia explica que la cantidad de tristeza y sufrimiento que existe hoy se debe a la continua transgresión de estos dos principios fundamentales de vida. ¡Qué diferente sería nuestro mundo si nos apegáramos a cumplir estas dos reglas claras y sencillas!

Estas leyes que Dios ha dejado existen para aminorar el sufrimiento que Satanás ha impuesto a través del pecado. Porque Dios quiere que nos vaya bien. Deuteronomio 12:28 dice: “Guarda y escucha todas estas palabras que yo te mando, para que te vaya bien a ti y a tus hijos después de ti para siempre, cuando hicieres lo bueno y lo recto ante los ojos de Jehová tu Dios.”

(Reina Valera Gómez, 2010).

Esta promesa, “cumple mis palabras para que te vaya bien”, se encuentran repetidas en la Biblia muchas veces. En Deuteronomio 7:15 agrega: “El Señor alejará de ustedes toda enfermedad”. ¡Uauhh! “Toda enfermedad” Esta sí que es una gran promesa. Ya que la enfermedad es el mayor flagelo de la  humanidad en este momento en que vivimos. ¡Y Dios nos promete que ninguna enfermedad estará en nuestro cuerpo si nosotros cumplimos las leyes que Él dejó!

Además de las leyes generales del párrafo de arriba, Dios dejó estipuladas en la Biblia leyes específicas para la mente. Al seguirlas tendrás como  resultado salud mental y espiritual.

Aquí está el primer principio bíblico universal que afecta nuestra salud mental.

  • Principio uno: Proverbios 23:7: “Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él. Come y bebe te dirá más su corazón no está contigo”. Esto significa  que nuestros pensamientos son los que determinan quiénes somos, no los hechos. Que no importa que lo que hagamos, lo importante es la manera como nos explicamos lo que vamos viviendo. Si lo hacemos en forma esperanzada, no importa cuál haya sido el hecho, aún la muerte del ser más querido, lo que perdurará en nuestra mente será la esperanza con la que lo entendiste.
  • El segundo principio bíblico que describe los efectos de nuestros pensamientos sobre nuestra vida mental y física está en Gálatas 6:7: “No os  engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará.” Este principio indica que la ley de la siembra y la  cosecha, que es tan segura en la agricultura, también lo es en los demás aspectos de la vida. Como esperas cosechar tomates después de plantar una semilla de tomate, puedes tener la seguridad que sentirás bienestar si pones en tu mente pensamientos de paz y sosiego, y malestar si pones en tu mente  la queja, la murmuración y la amargura.

 ¡Tú eres libre! Cristo murió para que seas libre. No precisas pensar lo que otros quieren que pienses o te dicen que pienses, ya sea que te lo digan: en la televisión, en los carteles de propaganda, en tu teléfono, tus amigos o aparece espontáneamente en tu cerebro. Tú eres libre de pensar lo que te parezca correcto, aunque todos quienes están a tu alrededor digan que no hay que pensar así.

 Cuando eliges ejercer esta libertad, te das cuenta que es importante analizar lo que piensas y decidir si vas a permitir que ese pensamiento se asiente en tu mente o lo vas a desechar.

Fíjate en esta situación: tuviste un problema en el trabajo. Te sientes bajoneado, impotente, y no puedes quitar de tu cabeza la escena, se repite una y otra vez representando múltiples formas en las que podrías haber actuado. Resulta que la noche anterior, estuviste mirando una serie, hoy, durante el día, estuviste conversando por chat con alguien, de cosas sin trascendencia, y mirando algo que te gustaba por internet.

Ahora necesitas valor, esperanza y fe para poder salir ileso de esta situación que te produjo amargura. Pero ese valor, esperanza y fe tienen que salir del mismo cerebro en el que pusiste la serie de televisión, la conversación por chat y las imágenes de aquello que te gustaba. Entonces, entendiendo la ley de la siembra y la cosecha, te estás dando cuenta que no pueden salir esas buenas actitudes desde el mismo lugar donde ayer sembraste ansiedad, desconfianza, placer y superficialidad. Y percibes que no eres capaz de enfrentar esta situación con éxito. Con perplejidad en tu mente, experimentas sentimientos de decepción, ira e impotencia.

¿Qué hubiera pasado si en lugar de haber sembrado algo falso en tu mente, como es una serie, hubieras sembrado una lectura verdadera de la Biblia?

¿Qué hubiera pasado si en lugar de una charla superficial con alguien, hubieras alentado a esa persona a tener valor en alguna situación difícil que

 hubiera estado atravesando? ¿Y si en lugar de deambular por internet hubieras llenado tu mente con cantos de esperanza y fe? Entonces, ahora, frente a esta situación de prueba, tus pensamientos serían de valor, de aliento, de esperanza.

Mañana, a cada momento en que tomes tus decisiones sobre cómo usar cada hora de tu tiempo recuerda que estás sembrando y que luego cosecharás de lo mismo que sembraste.

¿Dónde está el punto de partida para mejorar mis pensamientos? El tercer principio o ley de la mente tiene su base en 2 de Corintios 3:18: “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor”. O sea, que, pensamos lo que miramos, porque contemplar es poner la atención de manera fija en algo. Y, además, nos vamos transformando en parecidos a lo que miramos fijamente.

Te invito a meditar en qué miras y en cuánto tiempo pasas mirando cada cosa en tu día. Cuando realices este ejercicio sabrás qué pensamientos acudirán a tu mente en las situaciones que vivas durante ese día. Si miraste una película violenta o sensual, ya sabes lo que sembraste y lo que cosecharás. Si invertiste tiempo en ayudar a tu amigo o amiga también sabrás lo que sembraste y lo que cosecharás.

Usa tu libertad hoy para realizar una abundante siembra de buena semilla. De esta manera, recogerás la cosecha que esperas y tendrás grandes porciones de alegría, aún en las dificultades. Con esta siembre, al enfrentar las diferentes situaciones de tu día acudirán a tu mente pensamientos de esperanza, valor, fe, simpatía y amor.

¡Eres libre, tú decides! Ruego a Dios que elijas el camino de la paz.

Marisol Martín

Psicóloga

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